Wikilengua
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

En la historia de la lengua castellana han ocurrido un buen número de cambios, que son el producto de la evolución natural que tienen todos los idiomas.

A continuación se exponen algunas características del castellano antiguo; es decir, del hablado hasta el siglo XVI, aproximadamente.

1. Los antiguos evitaban cuanto podían la coincidencia del artículo la con las palabras femeninas principiadas por la letra a, aun cuando esta no fuese la vocal acentuada. Así, decían el amistad, el aspereza, el azucena, el afición. Algunos aplicaron esta regla aun a voces comenzadas con otras vocales; así, decían el ortografía. Hicieron extensiva esta práctica a los adjetivos una y aquella antes de sustantivo femenino comenzado por a, y decían aquel agua, un ave.

2. Ligaban la preposición de con los adjetivos este, ella y ese, diciendo deste, della, desta, dese. Por la inversa, evitaban la contracción de las preposiciones de y a con el artículo el; y decían de el señor, a el señor.

3. Daban indistintamente los dos géneros a muchos nombres que no tienen en nuestro tiempo más que uno solo. Tales son: calor, cisma, color, chisme, desorden, doblez, enigma, enjambre, estratagema, fraude, honor, linde, loor, maná, mapa, maravedí, margen, método, olor, origen, prez, pro, rebelión, etc.

4. Suprimían frecuentemente, y para evitar la cacofonía, la consonante que termina una sílaba en medio de dicción. Así decían: conduta por conducta, dino por digno, efeto por efecto, Egito por Egipto, etc. En otras expresiones conservaban la consonante; sobre todo cuando se había hecho una contracción en la palabra latina de que se había formado el vocablo castellano; así, decian dubda por duda; judgar por juzgar, codicia por codicia.

5. El relativo quien carecía de plural, y se referia indiferentemente a persona o cosa, a una o muchas. Cervantes dice que Don Quijote «se quería ir a buscar aventuras; de quien tenía noticia que aquella tierra (Zaragoza) abundaba.» Quien reproduce a aventuras.

6. Los demostrativos este y ese, con que en nuestro tiempo se indica un objeto cercano o distante, se usaban indiferentemente. En el capítulo XXII, parte 2, de Don Quijote, Sancho Panza dice a su amo, cuando este bajaba a la cueva de Montesinos:

Allá vas, valentón del mundo, corazón de acero, brazos de bronce. Dios te guíe otra vez y te vuelva libre, sano y sin cautela a la luz desta vida que dejas, por enterrarte en esta oscuridad que buscas.

En nuestro tiempo debería decirse esa oscuridad (que esta allá lejos) en contraposición a esta vida, donde se encuentra el que habla.

7. En la segunda persona del plural de todos los tiempos del verbo se usaba la terminación des en vez de is, y decian cantades por cantáis, cantedes por cantéis, sodes por sois, etc.

8. Las formas verbales compuestas en que entra un infinitivo y un caso complementario, recibían una construcción particular. Te he de ver, había de verte, he de hacerlo, por ejemplo, se expresaban por verte he, verte hía, hacerlo he.

9. Omitían la d de la segunda persona de plural del imperativo, y decían decí, hacé, mirá en vez de decid, haced, mirad (formas que permanecen en regiones voseantes). Muchas veces se encuentra esta misma forma con una t final, sabet, etc. Si al imperativo seguían los casos complementarios le, la, lo, anteponían la l a la d final, y escribían amaldo, haceldo, bendecilde, etc.

10. Cuando el infinitivo iba modificado por los complementarios lo, la, le, solían cambiar la r final del verbo en l, lo que formaba una ll en la última sílaba de la palabra, diciendo escribillo, tenello, etc.

11. Usaban un participio que ha caído en desuso en nuestros días, y que equivale al participio de presente de los latinos; y decían hallante por el que halla, matante por el que mata etc. Cuando Cervantes describe en el capítulo LVI de la 2.ª parte de Don Quijote:

el palenque en que debía batirse su héroe con el lacayo Tosilos

dice: ‘estaban suspensos los corazones de la mirante turba, temiendo unos, y esperando otros el buen o mal suceso de aquel caso’.

12. Muchos verbos se conjugaban de distinta manera que en la actualidad o tenían irregularidades hoy olvidadas. Así, hallamos con frecuencia diz por dicen; fiz por hizo o hice; converná y verná por convendrá y vendrá; imos por vamos; do, estó, so, vo por doy, estoy, soy, voy; cayo, caya, oyo, oya, por caigo, caiga, oigo, oiga; valo, vala por valgo, valga; sei por , forma del singular del imperativo del verbo ser; vía por veía; vide, vido por vi, vio. Algunos pretéritos y sus derivados tomaban una o en la antepenúltima, en lugar de la a que se halla en su infinitivo, mientras nosotros cambiamos esa a en u; así, decian copo por cupo, obo (que escribían ovo) por hubo, sopo por supo. Traer, por el contrario, tomaba u, dondo nosotros conservamos la a; así, decían trujo, trujera en vez de trajo, trajera. Otra particularidad de la antigua conjugación castellana, que se conserva todavía como un vicio de nuestro idioma vulgar, es añadir una s a la terminación de la segunda persona del pretérito, escribiendo vistes por viste, entendistes por entendiste.

13. Muchos verbos tenian una a inicial que ahora no se usa. Decíase abajar, amenguar, asosegar, atapar, alimpiar, alienar, allegar.

14. Algunos verbos no tenían aún la significación precisa y determinada que les han dado los modernos. Ser y estar, cuyo uso propio está ahora perfectamente establecido, se confundían con frecuencia. Ser se empleaba a veces en lugar de haber; así se decía: Luego que fuimos salido. En ocasiones significaba vivir, como en esta locución:

Si Homero fuera en estos tiempos.

Estar era reemplazado en su uso por ir o andar, como se ve en estos ejemplos:

Por ir tan lleno de lección y doctrina
De que el corazón anda lleno

de donde han resultado las locuciones usuales de ando enfermo, ando triste.

15. El uso de las preposiciones no estaba perfectamente fijado. La preposición a denotaba localidad en ciertas frases, como: Vi a tu pecho la insignia. La preposición en suplía a de o sobre en locuciones análogas a esta: Hablaba en tu negocio; contendían los dos hermanos en la herencia.

16. Empleaban casi indistintamente los complementarios le y lo, les y los, le y la, de donde resulta con mucha frecuencia alguna oscuridad en los antiguos escritores castellanos.

17. Usaban ciertas voces derivadas del latín que fueron abandonadas más tarde y que, empleadas ahora, parecerían galicismos puesto que el francés, nacido del mismo origen, ha conservado voces análogas. Tales son, entre otras: afamado por hambriento y no por famoso, atender por esperar, aprés por después, averar por averiguar, aviso por dictamen o parecer, caporal por cabo de escuadra, defender por prohibir, ensamble por junto, entretener por mantener, habillado por vestido, hacer el amor por enamorar, lanterna por linterna, letra por carta, otramente por de otro modo, prender por tomar, sujeto por asunto, tirar por sacar y por ahí.

18. La construcción de la frase se diferenciaba bastante de la manera de escribir de los modernos. Colocaban generalmente el verbo al fin de la oración, imitando en esto a los latinos y dando muchas veces gran oscuridad al sentido. «En éstos [los escritores españoles anteriores a la segunda mitad del siglo XVI] —dice don José Joaquín de Mora, en una excelente vida de frai Luis de Granada— se echan de ver todavía restos de locuciones vulgares mezclados con no pocos pruritos de afectación y con mal disfrazadas imitaciones del latín. Sobre todo, el período no se hallaba fijado todavía en sus verdaderos límites; era desconocido el arte de combinar la división del pensamiento con el encadenamiento periódico de la frase; y por no saber emplear acertadamente las voces conjuntivas, ni haberse inventado aun los artificios que las suplen, el concepto se diluía, digámoslo así, en una indefinida serie de proposiciones, en las que además, a efecto de la confusa intervención de los relativos y posesivos, la atención se estravía y el lector llega a perder de un todo el sentido principal. Acostumbrados los escritores a la composición latina, cuya lengua estaba en posesión de ser esclusivamente el vehículo de las ciencias y de la literatura, trasladaron a su propio idioma el giro de aquellas frases tortuosas, de aquellas construcciones intrincadas que pueden sin inconveniente usarse, cuando la sintaxis suministra los medios de encontrar fácilmente el régimen y la concordancia. Era también harto común en aquellas épocas el descuido de los recursos eufónicos y sonoros, que son los que constituyen propiamente la armonía del estilo. Ni se evitaban las asonancias y cacofonías, ni se redondeaba la frase de manera eme llenase agradablemente el oído».

19. La ortografía castellana no estaba aún fijada, de manera que no es raro el encontrar en los libros impresos en los siglos XV y XVI voces que nos sorprenden por la manera como se las escribía. El inmortal Cervantes escribía su apellido con una b que ha dado mucho que hablar a los gramáticos. Casi parece inútil advertir que en vez de la h muda al principio de dicción, se escribia de ordinario f, respetando la etimología latina, y que se decia fallar, fermoso, fecho, fazaña. La x reemplazaba casi siempre a la j, por ejemplo en traxo, traduxo, etc. En otras voces derivadas de los idiomas antiguos se usaba la ph por f, como philosophía , la ch por c o qu como christiano, chímica y la ç, donde hoy en su lugar se escribe una c o z como çerca, çielo, cabeça y coraçón.

20. Pero la principal diferencia entre el idioma antiguo y el moderno consistía en la diversidad de voces. Así, por por ejemplo, se decía cabe o cabo por hacia; condecabo por otra vez; connusco por con nosotros; vusco por con vos; deyuso por abajo; é o et por y; magüer por aunque; so por debajo; suso por sobre o arriba, etc.

Referencias[editar]

Diego Barros Arana, Manual de composición literaria, Santiago [Chile], 1871.