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La narración es la exposición de un hecho real o imaginario, desde su origen hasta su fin. Para contar bien un hecho es preciso comenzar por formarse una idea clara y precisa, estudiarlo con cuidado, representarse todos los personajes históricos o fabulosos, todas las circunstancias verdaderas o ficticias. Si el hecho es tomado de la historia, es necesario respetarla; si está basado en las tradiciones establecidas, es necesario seguirlas; si es inventado, conviene darle un aire de verdad.
1 Características[editar]
Toda narración debe reunir las condiciones siguientes:
- Debe ser una, es decir, debe reconocerse siempre en el conjunto y en los detalles, una sola y misma acción.
- Debe ser clara. La claridad que se exige en una narración no es únicamente esa claridad de lenguaje que es una regla común de toda composición, y sin la cual no existe el arte de escribir: es la claridad que resulta de una exposicion fácil y desembarazada.
- Debe ser verosímil, es decir presentar las cosas como se las ve en las circunstancias ordinarias de la vida, y observar las condiciones relativas al carácter, a las costumbres, a la calidad de los personajes que se hacen intervenir.
- Debe ser interesante, es decir conducida de manera que cautive la atención del lector.
- En fin, debe ser tan corta como sea posible visto el asunto de que se trata; es decir, se debe buscar si no el ser breve, al menos no parecer demasiado largo.
2 Verosimilitud[editar]
Conviene explicar aquí lo que se entiende por verosimilitud en la narración. No consiste ésta en contar las cosas tal como sucedieron o como el lector puede suponerlas: la verosimilitud se encuentra también en la narración de sucesos sobrenaturales, cuando después de haber presentado el fondo de un asunto no se introduce en los detalles ninguna contradicción y ninguna exageracion. Los cuentos de las Mil y una noches, Los viajes de Gulliver encantan y apasionan a los lectores, y sin embargo no solo no es verdadero el fondo de estas obras, sino que está muy lejos del orden natural de las cosas.
El espíritu del lector se forja voluntariamente una ilusión: acepta con el autor de la narración la existencia de esos seres sobrenaturales en que nadie cree; y mientras esos personajes obren y hablen de una manera conforme a la idea que nos hemos formado de ellos, el interés se sostiene: desde el momento en que olvidasen la naturaleza de convención que se les ha dado, desaparecería la ilusión y el interés seria nulo.
En este género de obras hay, pues, solamente una verosimilitud relativa, de pura convención, por decirlo así. Lo mismo sucede en el apólogo, en donde solo por una condecendencia de la imaginacion podemos conceder la palabra a los animales y hasta a los objetos inanimados; pero mientras esos animales y esos objetos empleen un lenguaje conforme al carácter que les atribuimos, el lector sentirá satisfacción e interés. En resumen, poco importa que el fondo de la narración sea verdadero; con tal que el lector admita los datos que sirven de punto de partida, y que el autor sostenga hasta el fin el carácter que ha querido dar a sus personajes.
3 Partes[editar]
Toda narración se compone de una exposicion, de un nudo y de un desenlace.
La exposición debe ser sencilla y rápida para que se comprenda pronto y fácilmente el asunto del que se trata. Conviene observar aquí que con frecuencia una narración inspira tanto mayor interés cuanto que su principio tiene en cierto modo un aire misterioso. Si se describe a un personaje antes de nombrarlo, si se refiere una parte de la acción sin dar a conocer a sus actores, con tal que los rasgos bajo los cuales se presentan y las circunstancias en que se les coloca, tengan algo de sorprendente y de singular, no se dejará de llamar vivamente la curiosidad del lector. Leyendo atentamente algunas narraciones se comprenderá mejor esta observación.
El nudo de la narración, es decir el punto en que se ponen en contacto las diferentes circunstancias de que se compone, debe ser tal que la acción parezca marchar naturalmente, sostenga la atención y prepare la sorpresa.
El desenlace debe estar hábilmente preparado para que a la vez que sea natural sea imprevisto. Más que cualquiera otra parte de la narración, exige ésta la rapidez.
4 Estilo[editar]
El estilo que conviene a la narración es una elegante sencillez; porque la sencillez no excluye los adornos, sino los que dejan traslucir el trabajo y la afectación, es decir el abuso de las figuras y el énfasis. La narración admite y aun con frecuencia exige ciertos adornos, como la descripción y el retrato de los personajes. Se comprende que en las grandes obras de historia o de imaginacion, estos adornos puedan tener un gran desarrollo, y alcanzar a ser verdaderas descripciones y verdaderos retratos. En los ensayos que deben trabajar los jóvenes principiantes, basta agrupar una o dos ideas para dar a conocer el lugar de la acción, el carácter de los personajes o cualquiera otro incidente necesario para la cabal inteligencia del asunto.
En toda narración, pero muy particularmente en aquellas que versan sobre asuntos tiernos o terribles, el escritor se empeña en producir impresión en el ánimo de sus lectores. Esto es lo que en literatura se llama patético. El escritor tiene dos medios de producirlo: en un caso, comunica a sus lectores sus propias impresiones interrumpiendo su narración: en el segundo, presenta los hechos con toda claridad para que la impresión se produzca naturalmente en el ánimo de los lectores. En el primer caso, el patético se llama directo; en el segundo, indirecto.
La narración, la pintura de los hechos con aquellos detalles que pueden interesar y apasionar a los lectores, produce mas impresión que todas las declamaciones del autor. Esa impresión no es comunicada, sino que se produce espontáneamente en el ánimo del lector. Por el contrario, los arranques apasionados del autor cuando se esfuerza por conmovernos, suelen no producir impresión alguna, o la que producen es muchas veces débil y pasajera.
Consejos análogos pueden darse sobre las narraciones de un carácter jocoso. El chiste no se encuentra ordinariamente en las exclamaciones, en los pensamientos más o menos desligados del asunto principal: se halla sí en la exposicion clara y natural de incidentes que provocan la risa. El sentimiento del ridículo resulta de ordinario del contraste entre la seriedad con que se refiere una acción y lo grotesco de la misma acción. El que lea con alguna meditación el Quijote y el Gil Blas, encontrará que estas observaciones son profundamente verdaderas.
Esto no quiere decir que el escritor no pueda colocar en su narración algunas observaciones destinadas a producir alguna impresión en el ánimo del lector; pero que esas observaciones deben desprenderse de la misma narración, y deben ir dirigidas como a fortificar los sentimientos que aquella ha hecho nacer.
5 Referencias[editar]
Diego Barros Arana, Manual de composición literaria, Santiago [Chile], 1871.